La escuela está ubicada, en el batey Lechería, una empobrecida comunidad de Santo Domingo Oeste. |
El Ministerio de Administración Pública la reconoció con Medalla de Bronce en el XV Premio Nacional a la Calidad
En 1995 la organización Santo Niño de Jesús emprendió un proyecto educativo que llevó luz al Batey Lechería, una empobrecida comunidad de Caballona, Santo Domingo Oeste, cuyas calles polvorientas sin asfalto se entremezclaban con el cañaveral y con la pobreza que golpeaba a sus moradores.
En un contenedor de cuarenta pies de ancho comenzó todo. Al principio, dos hermanas de esa congregación norteamericana, Ann Joyce Peters y María Alicia Minogue, acondicionaron ese espacio con cuatro mesas, dieciséis sillas, dos abanicos de techo, y un librero que poco a poco se fue llenando de libros.
Mientras, en el patio fueron construidas a duras penas tres mesas de cemento y al frente un jardín que mostraba un letrero.
“Biblioteca Santo Niño de Jesús, Batey Lechería, Fe y Alegría apoya esta obra”, se leía.
“Biblioteca Santo Niño de Jesús, Batey Lechería, Fe y Alegría apoya esta obra”, se leía.
“La Biblioteca”, como le decían, tenía como objetivo ayudar a las poblaciones excluidas y pobres a través de educación de calidad.
El proyecto fue evolucionando vertiginosamente a partir del 2007. Lo que antes fue un contenedor que al tiempo quedó pequeño para la cantidad de niños que asistían, hoy se ha convertido en la Escuela Santo Niño de Jesús Fe y Alegría, que cuenta con catorce docentes que brindan el pan de la enseñanza a 335 infantes de tres a ocho años, y que funcionaba bajo la modalidad de Jornada Escolar Extendida.
El proyecto fue evolucionando vertiginosamente a partir del 2007. Lo que antes fue un contenedor que al tiempo quedó pequeño para la cantidad de niños que asistían, hoy se ha convertido en la Escuela Santo Niño de Jesús Fe y Alegría, que cuenta con catorce docentes que brindan el pan de la enseñanza a 335 infantes de tres a ocho años, y que funcionaba bajo la modalidad de Jornada Escolar Extendida.
Su actual directora es Luz del Alba de la Cruz, quien se integró al proyecto comunitario como voluntaria cuando apenas tenía quince años, recuerda que al principio la iniciativa brindaba acompañamiento a los niños y niñas en áreas como lectura y matemáticas, pero también se les enseñaba sobre convivencia e inteligencia emocional, “ya que esta es una comunidad donde los niños enfrentan la desatención familiar y están rodeados de diversas formas de violencia”.
“Esta comunidad la encontramos con muchas carencias, pero ahora que tiene este centro educativo, las ilusiones de muchas familias han ido creciendo. Creemos en la educación y en el poder de cambio que tiene. Nos enfocamos no solo en brindar las materias básicas que nos indica el Ministerio de Educación, reforzado con el método Montessori, sino que también hacemos el esfuerzo de darles conocimiento sobre relaciones humanas y lo hacemos parte de diferentes proyectos de impacto social”, cuenta de la Cruz.
La escuela contribuye a la comunidad de diferentes maneras. En primer lugar, los docentes realizan mensualmente una visita a los hogares de los niños para conversar con sus padres acerca de la crianza positiva y concienciarlos sobre las diferentes manifestaciones de violencia.
“Lo hacemos porque esta comunidad, además de estar sumida en una marcada pobreza, también tiene problemas de agresiones en los hogares, que se reflejaban en la escuela”, expresa. De la Cruz asegura que con las visitas, sumadas a otras jornadas, han podido ver cambios positivos en el comportamiento de los niños.
Los servicios médicos son priorizados por el centro. Disponen de personal para ofrecer servicios primarios de salud, médico general, un laboratorio, una enfermería de adulto y una de niños, y una farmacia.
Igualmente, la escuela organiza continuamente operativos médicos de odontología, dermatología, oftalmología, entre otros, en coordinación con la Asociación de Padres, Madres, Tutores y Amigos de la Escuela (APMAE) y el respaldo de otras organizaciones.
El centro educativo, cuyo avance ha estado impulsado por donaciones, además cuenta con un enfoque de reciclaje, pues consta de un espacio para la recreación infantil, cuyas paredes están elaboradas a partir de más de 10 mil botellas que fueron recolectadas por todo el barrio, y que fueron llenadas de arena para introducirlas en los blocks.
Para los adultos ofrecen la posibilidad de adquirir conocimientos a partir de la formación en áreas como la repostería y la sastrería, motivándoles a emprender sus propios negocios, “para que la pobreza no se mantenga como un círculo vicioso, como hasta ahora lo ha sido en gran parte de los hogares del batey”.
La escuela obtuvo Medalla de Bronce en la XV versión del Premio Nacional a la Calidad, ya que se distinguió por la implementación del modelo de excelencia Marco Común de Evaluación (CAF).
“Soy ejemplo del impacto de la escuela en el batey”
Gisela García, después de recibir clases en “La Biblioteca”, pasó a ser voluntaria del proyecto social y, actualmente, con 32 años, es docente del centro, al tiempo que estudia educación básica en la Universidad Nacional Evangélica. “Soy ejemplo del impacto de la escuela en el batey. Todavía recuerdo el entusiasmo con el que venía. Llegar aquí fue como un rayo de luz para mí, porque el entorno en el que vivía era muy difícil, con mucha violencia y situaciones que no podía controlar siendo niña. Ahora es diferente. La educación me ha cambiado”, manifestó. García lamenta que en la comunidad todavía existan personas que se resignan a la desigualdad. “No es malo ser pobre y nacer en un ambiente de carencias, lo malo es que no hagas el esfuerzo por educarte y echar tu familia adelante”.
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