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Las playas de Bávaro desoladas en plena pandemia del COVID-19. (Orlando Barría / EFE |
Del último año Francisco* solo ha podido trabajar -y cobrar el sueldo del hotel donde labora- durante cinco meses. Para la segunda quincena de marzo las medidas para evitar la propagación del COVID-19 en el país lo dejaron de nuevo con su contrato laboral suspendido por 90 días, como al resto de un sector que lleva dos crisis encima en menos de un año.
Apenas República Dominicana suspendió la llegada de vuelos y cruceros y cerró todas sus fronteras el pasado 19 de marzo, el sector turístico en pleno se vio en la obligación de suspender a sus empleados, muchos de ellos por 90 días.
“Los únicos que van al hotel son los gerentes porque hay que mantener algunas operaciones, pero los demás estamos suspendidos hasta que todo pase”, dijo.
Junto al cierre de las fronteras, el gobierno también ordenó cesar las actividades no esenciales para que la propagación del COVID-19 no se profundice. Incluso, el Ministerio de Trabajo ha pasado por algunas empresas para obligarlas a cerrar porque no tienen condiciones para que sus trabajadores mantengan la distancia social entre ellos y resguardarlos de un posible contagio.
En general, los contratos de más de 700,000 trabajadores han sido suspendidos en menos de un mes, una cantidad que equivale al 30 % de la población laboral formal del país, compuesta de 2.29 millones de personas para el cierre del año pasado, de acuerdo a los datos del Banco Central.
El impacto en la economía ha sido generalizado. Los datos que maneja el Ministerio de Trabajo indican que los trabajadores de comercios, de servicios generales y de hotelería son los más afectados por las suspensiones de contratos. Las autoridades dominicanas todavía no se atreven a ponerle un número a la desaceleración económica que se sufrirá este año y que ya cientos de miles de trabajadores sienten en sus bolsillos.
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Para el sector turístico esta es la segunda gran crisis que encara en menos de un año, luego del daño reputacional que dejó la muerte de varios turistas estadounidenses en esa actividad. Pero para el resto de los sectores (y para el mundo entero) se trata de una situación inédita con un final que se espera en dos o tres meses, pero que realmente nadie sabe aún cuándo llegará.
Con la suspensión de los contratos, el hotel donde trabaja Francisco, en el este del país, le ofreció a sus trabajadores préstamos que luego devolverán en varias cuotas cuando se supere la situación, pero eso fue antes de que el gobierno dominicano presentara el Fondo de Asistencia Solidaria a los Empleados (FASE), un subsidio que cubre parcialmente el sueldo de los trabajadores suspendidos y que ayuda a pagar los salarios a las empresas que se mantienen en operaciones.
Para la primera quincena unos 525,000 empleados cobrarán la ayuda de un programa que se mantendrá solo por abril y mayo. Francisco fue uno de ese más de medio millón que recibió la ayuda en esta quincena: en su cuenta bancaria vio depositados unos 4,200 pesos. No sabía que su empresa lo inscribiría en FASE, sino que se enteró cuando revisó su cuenta del banco este miércoles 8 de abril y preguntó.
Adicionalmente, tiene la opción del préstamo del hotel, que espera que le ayude a sostener su hogar. “Hasta donde sabemos, los préstamos que ofreció la empresa siguen en pie. Lo que entendemos mis compañeros y yo es que la parte que va a dar el gobierno es una cosa diferente a la que mi empleador iba a dar”, dice.

De acuerdo a lo planteado por el gobierno, con FASE se debe cubrir un 30 % del salario y la empresa debería el 70 % restante, pero no es obligatorio. De hecho, Francisco, como muchos de los empleados suspendidos, solo tendrá el monto que cobre por ese subsidio como su único sustento durante los próximos dos meses.
Luego de eso, la incertidumbre. Está convencido, por experiencia, de que el hotel en el que trabaja no abrirá en estos dos o tres meses. Sabe que, aunque la situación se resuelva ahora, la reapertura de la actividad turística se llevará más tiempo que ese.
“Yo personalmente ya tengo planes para irme a Santo Domingo a ver si consigo empleo en un call center”, zanja Francisco.
Lo dice desde una zona del país que tradicionalmente en esta época del año está plena de actividad, con turistas locales y extranjeros, pero que hoy luce de desolada.
“No somos solo los trabajadores de hoteles”, indica. “Tu ves todos esos peluqueros, los salones, las bancas, las casas de cambio, todo cerrado o vacío. Están al grito. Si no hay hotelería, no hay vida en la zona”, enfatiza.
*Nombre ficticio a solicitud del entrevistado para resguardar su identidad.
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